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Publicado por Derubín Jácome

Cristóbal Colón en su tercer viaje (30 agosto 1498) al “Nuevo Mundo”, incluyó en su carga las raíces de la caña de azúcar. Al llegar a Santo Domingo, “La Española”, y sembrar la caña, debido al clima tropical y la tierra, creció dando un máximo de su dulzura. Por el padre dominico Fray Bartolomé de Las Casas, se conoce que el primer trapiche para obtener miel, aunque rústico, fue en 1506 en Santo Domingo.

Es Diego Velázquez, conquistador de Cuba, el que introduce la caña de azúcar traída de Santo Domingo, y desde ese tiempo los colonos comienzan a extraer el guarapo para fabricar azúcar, de forma primitiva por medio de prensar la caña. El sobrante lo utilizaban principalmente para negociar con otros colonos, y unida a otros productos, mercadear con los piratas para obtener esclavos.

No presumió Velázquez al traerla que esta planta sería sin dudas quien definiría la historia de nuestro país, su economía y le darían la fama e importancia en el resto del mundo. Las características climáticas de la isla hicieron el resto. Nuestras fértiles tierras, nuestro sol y las lluvias la hicieron nuestra y un símbolo de identidad nacional.

Fue por su cultivo y ante la falta de fuerza de trabajo para continuar la colonización, que los españoles comenzaron a traer pequeñas cantidades de esclavos africanos desde finales del siglo XVI, considerada la etapa de introducción de la esclavitud africana en Cuba, los que mezclaron su sangre con la historia del azúcar y con la integración nacional cubana.

La caña continuó su curso y se transformó en guarapo, primero en rudimentarios aparatos, luego en trapiches y finalmente en ingenios y centrales. Los cañaverales proliferaron por todo el territorio, la producción aumentó y para finales del siglo XVII funcionaban unos 60 trapiches, aunque aún nos superaban las otras colonias en la producción de azúcar. No es hasta 1762, cuando se produce la toma de La Habana por los ingleses y se abre el comercio de Cuba a sus colonias, que comienza un destacado incremento de la producción.

Cuando la corona española vuelve a tomar posesión de Cuba, dicta leyes que favorecen la industria azucarera, y favorecidos en parte por el levantamiento armado en Haití, hacen que ya para finales del siglo tuviéramos unos 600 trapiches que produjeron unas 6 mil toneladas de azúcar.

El guarapo fue convertido en alcoholes, de entre los cuales uno sobresalió por su transparencia y agradable olor, el aguardiente, que destilación tras destilación dio vida al ron. Se tardaron algunos años hasta que se obtuvo de la caña de azúcar un alcohol neutro, blanco y sin olor alguno que no fuera el propio del destilado. Y son el aguardiente y el ron los protagonistas de esta publicación.

El aguardiente, antecesor del ron, era consumido con regularidad por las capas más bajas de la sociedad y por los propios esclavos quienes, por su vinculación directa con su producción, lo tenían al alcance de la mano. El aguardiente de caña se tomaba normalmente solo o rebajado con agua, tanto en las ciudades como en el campo. Se utilizaba como remedio curativo y preventivo y como estimulante diario en las más diversas circunstancias. Existen testimonios de lo común de su consumo, mezclado con agua, durante las guerras de independencia, tanto entre los insurgentes cubanos como entre los soldados españoles.

En las plantaciones rurales se utilizaba para tonificar a los esclavos antes del esfuerzo diario. Se tomaba a primera hora de la mañana, incluso en estado puro, tal y como salía del proceso de destilación.

El aguardiente era más barato, lo que facilitaba su consumo por todas las capas sociales, en especial las más desfavorecidas. Hasta mediados del siglo XIX, su consumo superó al del ron, que por su mayor precio se resistía a extenderse entre la población cubana y aunque la importación de ron jamaicano era abundante, fue durante mucho tiempo bebida exclusiva de las clases pudientes. Es en Jamaica que se bautiza con el nombre de RUM, probablemente resume la palabra «rumbullion» que significa «Un Gran Tumulto».

No fue hasta el siglo XIX, en que comenzó a desarrollarse un nuevo proceso de fabricación que mejora el producto, lo convierte en una bebida de estimable calidad y lo situaran entre los mejores del mundo. Es cuando nace el verdadero ron cubano.
Se instalan fábricas del nuevo ron en ciudades como Cárdenas, Santiago de Cuba, Cienfuegos o La Habana, donde se asientan destilerías y se producen marcas que imponen su categoría: Campeón, Álvarez Camps, San Carlos, Matusalem, Jiquí, Bocoy, Albuerne, Arechabala, Habana Club y Bacardí. A estos últimos ya he dedicado sendas publicaciones en esta página.

Fue el comienzo de una carrera imparable que, unida al desarrollo de la producción azucarera, dieron vida a marcas tan afamadas que extendieron su uso por los salones de Europa en franca competencia con el brandy español y el coñac francés. Llegó hasta las exclusivas mesas de los cabarets parisinos, donde lo pudo paladear con fruición el pintor Toulouse Lautrec.

DE LA CAÑA AL RON

En el siglo XIX la proliferación del uso de bebidas enfriadas con hielo se hicieron populares en los centros urbanos. El hielo venía importado de Estados Unidos, conservado en contenedores llenos de serrín para que durase en lo posible. El largo trayecto incidía notablemente en su precio final, pero no en su escasez.

No obstante, testimonios de viajeros que visitaron Cuba en ese siglo, nos afirman que el consumo de alcohol en la isla no era tan común como podríamos pensar e incluso que la existencia de borrachos era bastante escasa. El Dr. Abiel Abbot, comentando en sus cartas (1828) sobre los rasgos característicos del “cubano”, escribía:


…”Inglaterra y América del Norte tendrán un noble ejemplo en Cuba de la precaución con que se deben mirar los licores, vinos espirituosos y bebidas fermentadas. Es muy raro ver un caso de embriaguez en la ciudad o en el campo, en ninguna de las clases de la sociedad …Y casta de hombres más fuertes y robustos, no se hallará por cierto, en la montañas del Nuevo Hampshire o de Vermont…”

Otros autores consideran lo contrario ya que para las gentes más humildes, beber aguardiente formaba parte de las costumbres diarias y existen muchas referencias que vinculan cualquier celebración, incluso las de carácter religioso, al consumo de bebidas alcohólicas. Todas las fiestas, ceremonias rituales, matrimonios, nacimientos y hasta los velatorios van acompañados de variadas y prolíficas libaciones. Incluso hoy día estas costumbres de antaño perviven entre la población, incluyendo variaciones con la creación de nuevas bebidas que se han hecho tan populares como el afamado y universal “cubalibre”, cuando los refrescos de cola hicieron su aparición.

Queda mucho que comentarles sobre este tema, pero los que lo consumimos, debemos agradecerle a Cristobal Colón por haber incluido las raíces de la caña de azúcar en su tercer viaje al nuevo mundo ¿O es a Diego Velázquez por introducirlas en nuestro país? ¡Esto bien merece un trago de ron a su salud!

CUBA EN LA MEMORIA 14/12/2014

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