Quizás algunos desconozcan que también en la ciudad de Camagüey existió un “Hospital de San Lázaro”. Por esta razón y por ser mañana, 17 de diciembre, día de este santo de devoción popular en nuestro país, dedico esta publicación.
Desde 1731, en la sabana del Tínima en Camagüey, existieron dos casas para la atención y cuidado de los “lazarinos”, una para lazarinos blancos en Hato Arriba y otra para negros en Hato Viejo. Estas se encontraban lo más lejos posible del resto de la población, como medida de prevención sanitaria, para evitar el posible contagio de esa enfermedad.
Resultando insuficiente por su capacidad y la calidad de sus servicios, en el año 1734 el Cabildo de la Villa de Puerto Príncipe solicitó al arzobispo de Cuba, Juan Lazo de la Vega y Cancino, la construcción de un asilo para leprosos y una ermita bajo la advocación de San Lázaro. Un año después, el 9 de agosto de 1735, el Cabildo recibió la autorización para ejecutar las obras constructivas.
La ermita, construida en el patio del lugar, quedó definitivamente concluida en el año 1737, no siendo hasta 1746 que terminaran las obras del hospital, construido con paredes de ladrillos, tablas y techo de tejas criollas. Pero esta obra tampoco dispuso de las condiciones necesarias para la adecuada atención y restablecimiento de los enfermos, por lo que en 1776, el edificio se amplía con nuevas celdas y habitaciones.
Ya para 1799, el estado constructivo de las instalaciones era tal, que ponía en riesgo la vida de los lazarinos y empleados, lo que hizo pensar en la necesidad de una nueva instalación. En 1808 su administrador, Gabriel Escobar Socarrás, comunicó al Ayuntamiento no solo el mal estado de la construcción, sino también la difícil situación sanitaria y de salud que atravesaban los enfermos, con deficientes medicamentos y otros cuidados.
El abogado Francisco Pichardo Tapia, residente en la villa, comentaba: «…En una casa ruinosa, asquerosísima, situada entre malezas, distante de la ciudad y de todo vecindario, se recogían por fuerza y hacinaban… padeciendo allí su atribulado espíritu aún más que el cuerpo…».
Con el impulso y apoyo del Reverendo P. Fr. José Espí, en 1815 se comenzó a construir un nuevo hospital en el mismo lugar donde se encontraba el anterior, pero con mucha mayor capacidad y mejores condiciones. Por carecer de financiamiento suficiente, la obra tuvo que ser interrumpida en ese mismo año. Finalmente en 1819 fue concluido el nuevo conjunto arquitectónico, denominado “Hospital de San Lázaro”.
En una de las primeras obras de carácter histórico escrita por los regidores principeños en el año 1844, el abogado Manuel de Jesús Arango Ramírez, José Ignacio de la Cruz y el Lic. Manuel Castellanos, publicaron:
“..El venerable y nunca bien sentido Fr. José de la Cruz Espí, logró al fin levantar y concluir en 1819, el grandioso y hermoso Hospital de Lazarinos que tenemos al O. de la población … cuyo frente presenta una perspectiva hermosa de galería de arquería de mampostería y columnas de orden dórico, en cuyo centro está la puerta principal que da entrada a una galería en que se encuentran 15 celdas espaciosas y bien ventiladas por ventanas de hierro por el costado derecho tiene otras diez habitaciones en el propio orden, y por el fondo seis salones de mucha capacidad …y al costado izquierdo se halla situada la iglesia, es del mejor gusto y suntuosidad, compuesta de una sola nave…”
En el texto se describe que el edificio tenía 80 varas de frente y fondo, con suficiente capacidad para el internamiento de 60 enfermos, divididos en habitaciones separadas para los dos sexos. El área total comprendía 2 caballerías. El edificio era sencillo, solo con algunas discretas formas prebarrocas en su frente, así como en la carpintería general. El área estaba formada por una planta en O y cruzada por pasillos de lozas de barro y con bancos de mampostería.

El Padre Valencia simultáneamente se enfrascó en otras mejoras, como la jardinería, la siembra de árboles frutales y una huerta para la plantación de vegetales y plantas medicinales. También se empeñó en mejorar la ermita de mampostería y techo de tejas del país y el 6 de enero de 1826 inauguraba los dos altares y un dosel.
Vale destacar que la presencia y consagración humanitaria de este sacerdote franciscano, resultó decisiva poder concluir estas y otras obras en la ciudad principeña, sin que por esto abandonara su función de atender a los enfermos, dándole cierta dosis de esperanza de atención de salud y calidad de vida, hasta donde las condiciones y los recursos de la colonia se lo permitían.
Entre muchas de las obras que le debemos al Padre Valencia está la Iglesia del Carmen, el monasterio destinado a las monjas Ursulinas y el Hospital para mujeres, que sería edificado en uno de los barrios históricos de la ciudad. También propuso al Ayuntamiento la realización de un presidio, un hospital para enfermos mentales y planeó el puente sobre el arroyo Las Jatas, cercano al hospital de San Lázaro.
Siguiendo los patrones de las misiones, construyó un tejar, corrales y una hospedería como fuente de ingreso al hospital, entre otras obras de beneficio colectivo. Vale destacar que hacia considerar como un voto de contrición, y de fe, la participación de los creyentes en las construcciones, sustituyéndoles, ante los pecados confesados, los Padres Nuestros y las Ave Marías, por la prestación de servicios en la construcción.
Durante los dos períodos de las Guerras por la independencia de Cuba, las tropas colonialistas se acuartelaron en el hospital y dañaron su jardinería, arboleda y otros elementos constructivos, hechos criticados por la población camagüeyana, lo que consta en la prensa de la época.
El 15 de enero de 1899 el hospital fue declarado Establecimiento Público, según el Decreto del Gobierno General interventor norteamericano. Desde entonces funcionaría como “Asilo Nuestra Señora del Carmen”, para la atención de los ancianos.
En el año 1902, tras algunos años de abandono, se dedica a la atención de enfermos crónicos y ancianos sin amparo familiar. La ciudadanía propone que recobre su nombre original de “Asilo Padre Valencia”, y tres años más tarde se coloca un sencillo busto sobre pedestal de mármol blanco, en el patio interior, como un homenaje permanente al Padre Valencia. Cada aniversario de su muerte, durante mucho tiempo, fue costumbre que gran parte de la población acudiera a observar algunas de las reliquias usadas por él.
La pequeña iglesia, de una sola nave, está consagrada a San Lázaro, por lo que su imagen está colocada en el altar mayor. Sobresale por el espacioso patio la frondosa arboleda que iniciara el Padre Valencia…
CUBA EN LA MEMORIA 16/12/2014