Publicado por Derubín Jácome
Los inicios de este servicio a los enfermos de lepra se remontan al siglo XVII, sirviendo de sede algunos bohíos construidos en la Caleta de Juan Guillén, luego conocida como “Caleta de San Lázaro”, situada en la zona extramuros de la ciudad. Área que podemos observar en la foto publicada.
Como podemos suponer, las condiciones en este sitio para los enfermos eran deplorables, por lo que el capellán del hospital, presbítero Juan Pérez de Silva, y el doctor Francisco Teneza se dirigen la solicitud a su Majestad Felipe V, Rey de España, para que se construyese un lugar adecuado donde pudieran mejorarse las condiciones de vida y cuidados a los enfermos.
El aumento de pacientes y la presencia en las calles de estos enfermos pidiendo limosnas para subsistir, unido a las protestas de los vecinos temerosos de ser contagiados, fueron las razones que forzaron a los gobernantes para llevar adelante esta misión.
Por real cédula del 19 de junio de 1714, Su Majestad Felipe V, ordena la fundación oficial del “Real Hospital de San Lázaro”.
En 1781, terminó de construirse el leprosorio en la Caleta de Juan Guillén, que contaba de dos plantas, con un frente monumental que sirvió de fachada a una iglesia, ubicada al centro de la edificación.
Para mayor desgracia, en 1762, cuando la «Toma de La Habana por los ingleses, el Hospital queda totalmente destruido, en una acción de represalia tomada por Inglaterra en su conflicto bélico con España. Pasan más de treinta años hasta que se reconstruye en 1798.
En 1854, el obispo Fleix y Solans encomienda a las religiosas de la orden “Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl” el cuidado de los enfermos del hospital, obra que se ha extendido por más de 150 años. La primera madre superiora fue sor Petra Moya, luego la sucedió sor Ramona Idoate y a esta, sor Antonia Barbero.
A finales de la primera década del siglo XX se pensó en la posibilidad de ubicar el hospital y la iglesia en algún lugar distante del centro de la ciudad. Gracias a la Junta de de Patronos y a las autoridades sanitarias y de beneficencia, se aprobó su instalación en la finca Dos Hermanos, en Rincón, municipio de Santiago de las Vegas, donde se encuentra actualmente.
El traslado del hospital y el templo supuso varios obstáculos, pues los enfermos preferían vivir dentro de la ciudad, pues les facilitaba las visitas de familiares y amigos, e incluso sus propias salidas, pero también afectaba a los devotos a los que les sería más difícil ir a la iglesia. Todo esto incidía negativamente en la obtención de donativos para el sostenimiento de ambas instituciones, pero no obstante, el proyecto fue aprobado.
La construcción del nuevo hospital fue adjudicada al contratista Orbas-Simón, quien se comprometió a entregar los primeros pabellones en un plazo de cuatros meses, lo que incumplió dando lugar a graves desórdenes entre los desesperados pacientes. El 26 de diciembre de 1916, se comunica a los enfermos que serán trasladados temporalmente para el lazareto de Mariel, lo que también dio lugar a violentas escenas
En 1916 llegó a Cuba el padre Apolinar López y fue designado capellán del Hospital, función que desempeñó durante treinta y seis años. El padre Apolinar, junto a la madre superiora sor Ramona Idoate, tuvieron un papel protagónico en el traslado de los enfermos al Mariel, compartiendo con ellos las vicisitudes sufridas en ese lugar y luego en el asentamiento definitivo en el Rincón.
Ante el compromiso de que serían llevados al Rincón una vez concluidas las obras del nuevo leprosorio, los enfermos aceptan abandonar su antiguo hospital y como garantía del cumplimiento de lo prometido, fueron acompañados por el padre Apolinar López y las consagradas religiosas de la orden Hijas de la Caridad.
El 26 de febrero de 1917, sin contar con medios adecuados de transporte los enfermos fueron trasladados al hospital de Rincón, que aún se encontraba a medio construir y sin recursos de ninguna clase.
En Mariel los enfermos fueron alojados en míseras barracas, que el gobierno español había utilizado para cuarentena de inmigrantes y tropas, las que no tenían ni las mínimas condiciones para la existencia de seres humanos.
Allí encontraron la amarga realidad, ya que solo encontraron unos pocos pabellones aún sin terminar, en un campo cenagoso, sin agua, sin luz eléctrica, sin calles, sin enfermería, y sin alojamiento para las religiosas. Con las donaciones y limosnas de los devotos, el sacerdote Apolinar López y la madre superiora sor Ramona Idoate, lograron mejorar el acondicionamiento del lugar.
Posteriormente arribaron las primeras familias afectadas por la lepra, para establecer allí su residencia y recibir tratamiento médico. Para terminar las obras, por Ley de 31 de julio de 1917, se emitieron treinta millones de pesos en bonos de empréstitos, aunque la existencia del leprosorio siguió dependiendo de la contribución pública y donaciones de los creyentes.
Finalmente los pabellones quedaron terminados y los enfermos, definitivamente alojados. La instalación dispuso de 42 edificaciones, de la cuales 13 estaban destinadas a los pacientes. El resto era para la administración, el hospedaje de las religiosas, la iglesia y otros menesteres.
En la década del treinta, se construyeron nuevos pabellones y a mediados de los 40 fue remodelado y se le adicionaron nuevas edificaciones, entre las que estaba un grupo de viviendas para los enfermos. A pesar de las duras condiciones, en 1951, se construyó un pequeño parque rodeado de un jardín de rosas blancas, donde se instaló un busto de mármol del Apóstol José Martí, donado por el padre Apolinar López y sor Carmen Guijo y una bandera cubana costeada por los enfermos.
Aún es las peores condiciones, estuvo presente el recuerdo de nuestro apóstol José Martí y se le rindió homenaje..
CUBA EN LA MEMORIA 15/12/2014